Sin llegar a la exuberancia de Mansell o Rosberg (o Ertl, for that matter) Colin Chapman logró que su elegante bigote fuese sinónimo de excelencia, innovación y, en sus últimos años, también de chroicerismo Flaviobriatórico con el escándalo DeLorean.
Su asociación con Jim Clark, la invención del efecto suelo... pero, por encima de todo, su elegante bigote son su incomensurable legado a la F1. Los malayos que ahora han comprado el nombre de su escudería - Lotus - no serán capaces de las innovaciones de Colin pero, por lo menos, deberían intentar emularle capilarmente.
Aunque no sean tan guapos.
PD: Si no lo han hecho ya, apúntense a la
Liga fantástica 2010 de Vicisitud y Sordidez. Go! Rush!
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